miércoles, 10 de julio de 2013

Martina Chapanay

Martina Chapanay.




De amores y de odios está hecha nuestra Argentina. De líderes y rivales que han arraigado  en  lo profundo de las identidades de los pueblos. Fueron los caudillos, Hombres y Mujeres que dejando intereses populares y particulares,  empuñaron armas y las mandaron a empuñar. Ellos con esas mismas dagas también han logrado escribir la historia.
Buenos o malos , grandes libertarios que quedaron en la memoria colectiva y pequeños traidores que no resisten ni el nombre de una callecita,  todos tienen el mérito único de hacer compartir códigos particulares con sus grupos de resistencia, y en esa interpelación está el valor real de la disgregación del poder, que tiende a ser pensado como contrahegemónico, pero que se sitúa en el lugar de lo popular.

 En la Historia Argentina del siglo XIX, se llamó caudillos a los distintos jefes de los ejércitos de las provincias argentinas, que combatían entre sí, y en particular a los que enfrentaron el centralismo de los gobiernos de Buenos Aires. Tenían arraigo popular, y lograban reunir ejércitos de entre 500 y 7.000 hombres por su carisma y por la identificación con los intereses populares. Facundo Quiroga, Pancho Ramirez, Chacho Peñaloza, Felipe Varela y otros,  en distintos períodos de nuestra historia y en sus lugares de pertenencia lucharon por lo que creían, siempre buscando la defensa de los intereses regionales y la autonomía de sus territorios. Generalmente, estos ejércitos iban acompañados de mujeres, que cumplían distintos roles. Una mujer muy reconocida por su participación en distintas campañas de caudillos fue Martina Chapanay.

La historia de Martina, dejó huella, buscando siempre su destino entre dos culturas contrapuestas.  Este ser legendario, que transitó como pudo una época señalada por la violencia, fue una mujer de armas tomar y de temer. Sus orígenes son tan contradictorios como cada una de sus acciones.
 Martina fue una guerrillera que actuó en las guerras civiles argentinas del siglo XIX. Nació en la Provincia de San Juan, en 1810.
Su padre fue Ambrosio Chapanay, un cacique huarpe y su madre fue Mercedes González, una blanca oriunda de la ciudad de San Juan.
 Martina creció con esa dicotomía de ideologías y mundos encontrados, entre pueblos originarios y su ya marcada cultura castellana.  El mestizaje produjo que ninguna regla fuera tan rígida para ella. Los huarpes, provenientes de una tribu caracterizada por su pacifismo, exacerbado por la evangelización de los misioneros, alfareros y artesanos en su origen; habían aprendido a adaptarse a la vida pastoril. Los sometimientos y despojos de tierra a los que fueron expuestos durante muchos años fueron forjando un espíritu guerrero en cada joven.
Martina, aprendió a leer junto a su madre, que en una especie de escuela enseñaba a los huarpes, poemas, lecturas religiosas e historia, fueron los elementos culturales que formaron su identidad.

Se destacó, desde su adolescencia, por sus aptitudes de jinete y cuchillera, su habilidad era hacer galopar caballos en los arenales, pialar terneros, cazar animales y nadar con gran destreza. Era una mujer de contextura pequeña, pero fuerte y ágil. De bellos rasgos, su cabello era negro lacio y de tez morena. Al elegir la vida de montonera comenzó a utilizar la vestimenta de los gauchos: (chiripá, poncho, vincha y botas de potro), tal como se representaba en las estampas y tallados de época.
 Viviendo con los huarpes y se transformó en ladrona y asaltante de caminos, repartiendo lo que robaba entre los más pobres.
  Martina nunca dejó de leer y escribir; al mismo tiempo que memorizaba versículos de la Biblia , montaba briosos potros o burros y, con sable en mano o facón en alto y a degüello, atravesaba montes, sacándolos al galope por el arenal.
 Por todas estas cualidades y su habilidad, no tan frecuentes por esos tiempos en las mujeres, don José de San Martín la incorporó al Ejército de los Andes, dándole tareas de amanuense (escribiente) y de chasque (mensajero )
 Posteriormente, se unió  al caudillo Facundo Quiroga y luego al Chacho Peñaloza. . En esas campañas, las mujeres cumplían el rol de “soldaderas”: se ocupaban de cocinar, realizaban las curaciones y cuidaban de los enfermos. Martina no iba a desdeñar sus habilidades en pos de las tareas de su género; nadie tenía su destreza en el manejo del cuchillo y la lanza huarpe como ella.
  Nadie más apto para rastrear, confabular, intrigar y engañar al enemigo. . Allí confluían, en las montoneras, los indios, los mestizos, los gauchos, los pobres y olvidados que luchaban por un país que fuera igual para todos. Allí peleó al lado del Chacho Peñaloza, caudillo al que quería y admiraba. Ella era su protectora en esos combates cuerpo a cuerpo. Estas campañas las realizó junto a su compañero , Agustín Palacios, con quién se había casado, hasta la muerte de este en una batalla.
 Acabado el tiempo de las montoneras le ofrecieron  un cargo de sargento mayor en la policía de San Juan, donde se desempeño durante un tiempo prolongado.
 Murió en 1887 convirtiendose en un mito en San Juan.
La tumba de Martina Chapanay es centro de una devoción popular , reúne a cientos de devotos entre el pueblo sanjuanino .
Se cuenta que un cura, Elacio Bustillos, cubrió la tumba de Martina con una laja blanca, sin ninguna inscripción, ya que, dijo, “todos saben quién esta allí”.

El cantante León Gieco, con la colaboración del historiador y ensayista Hugo Chumbita, publicó en el 2001 un CD “Bandidos rurales”, que contiene un tema del mismo nombre y donde menciona a Martina Chapanay.
Como todos los mitos populares, la vida de Martina Chapanay fue construyéndose de boca en boca. Muchos son los historiadores que han escrito sobre Martina. El libro más fidedigno es el de Mabel Pagano, Martina Chapanay, montonera del Zonda.
La figura de los  caudillos, hombres y mujeres, representa un tiempo, un espacio, una lucha, una liberación. Ignorados por la historia oficial, casi siempre luchando contra los poderes centrales, convirtiéndose en una molestia con sus banderas, símbolos, tierras, lemas, siempre algo por lo que luchar y defender.
Los argentinos fuimos educados por el  esquema sarmientino de "civilización o barbarie"  que guarda todo el secreto de la  historia del caudillaje. Porque si se comprobara su falacia, si llegara a establecerse que los "bárbaros" no eran tan bárbaros y que los "civilizadores" no eran tan civilizados, la historia oficial se derrumbaría como una casa de papel y buena parte de los próceres quedarían a la intemperie. Esto  nos obligaría a repensar toda la historia argentina, de ángeles y demonios, en donde los “buenos” pareciera que representan un principio superior, una forma de excelencia, donde el pueblo es bárbaro e imposible de domesticar.

 En ese pensamiento diferente reivindicamos a Martina Chapanay , la rubia Moreno, la Pasto Verde y tantas más,  bravas como leonas,  que dejaron su sangre por nuestra libertad.


4 comentarios:

  1. La mezcla de pensamientos, culturas, etc. Siempre trae riqueza, aunque tengan que pasar años para entenderlo, pero la vida de estas personas que no pertenecen a un grupo concreto necesita leer muchos versìculos de la Biblia.
    Un beso.

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  2. Es verdad Oliva, aquí se da mucho hoy la reivindicación de la cultura indigena. Durante muchos años esto estuvo escondido. Que bueno sería el mundo si no hubiera tantas divisiones de razas, colores, culturas.

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  3. El problema es considerar que una culturas tiene todos los valores y la otra pertenece a una raza inferior, en España desde hace mucho tiempo convivimos payos y gitanos, bueno más que convivir compartimos espacio, es una pena pero conocemos muy poco unos de otros y en raras ocasiones se crean lazos. Ahora que la vejez es una carga, ellos dan lecciones de respeto y cariño hacia los suyos, cuando uno tiene un problema llueven familiares, los payos cada vez estamos más solos. Últimamente con la inmigración de distintos países se crean barrios o se van acomodando en bloques diferentes, si aprendiéramos a convivir todo seria más rico.

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  4. Que buena reflexión Oliva acerca de los gitanos. Aquí es una comunidad totalmente marginal, no se dan para nada con nosotros, ni nosotros con ellos. Nunca había mirado ese aspecto de ellos del tratamiento de la ancianidad . Siempre tenemos que aprender de alguien, solo hay que saber mirar.

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